El derecho al saber y el derecho a decidir que sustancian el paradigma del open goverment, llevados hasta sus máximas consecuencias, son dinámicas con una fuerte carga magnética propia capaces de alterar los flujos de toda una institución. Aunque no ha pasado el tiempo suficiente para valorar el impacto de estas transformaciones, por ejemplo, del efecto de las leyes de transparencia sobre la reducción de la corrupción, lo abierto está revolucionando todo.

Abrir las instituciones, volviendo a la teorización de los ecosistemas, genera nuevas dinámicas de red hacia fuera al incorporar nuevos nodos y enlaces, haciendo el rizoma cada vez más grande. En un estadio más avanzado, abrir también nos puede conectar con otras redes ya creadas cuyas cadenas genéticas, cuyos esquemas relaciones, pueden acabar mutando y enriqueciendo la morfología de nuestra propia red. Quién no ha vuelto de un viaje con ideas para su proyecto, por ejemplo. O quién no ha tenido una inspiración mientras escuchaba la presentación de un colega de otro gobierno. En este sentido, el benchmarking, los bancos de buenas prácticas, las comunicaciones de los congresos o los casos de estudio, de forma simplificada, no serían otra cosa que formas de incorporar a la red nuevos aprendizajes por imitación/repetición.

En conclusión, el concepto de innovación abierta en el ámbito de las instituciones públicas y las organizaciones sociales se nos antoja cada vez más redundante, casi una tautología ¿existe acaso otra forma de innovar cerrada en los gobiernos, en las ONGs, en los institutos públicos? Y si existe ¿tiene algún tipo de se sentido? Si alguien sigue albergando dudas que piense en el ejemplo de las vacunas para la Covid-19.